Puede que el canal CBS no esté detrás de ‘The Blacklist’ pero su modelo de ficción sí que obligó a tomarse esta serie con precaución. Estamos demasiado acostumbrados a series de casos que fingen tener arcos argumentales de fondo en los pilotos de sus series y que luego pasan de ellos al segundo episodio, sólo haciendo énfasis en ellos cuando se acerca algún final de temporada. ‘The Mentalist’ es el caso más evidente, que a día de hoy todavía juega con la identidad de Red John, y solamente se apartan de esta filosofía series como ‘The Good Wife’, que ahora es algo mucho más complejo, y ‘Person of Interest’.
Por este prejuicio, mi compañero Mikel Zorrilla se tomó con cautela el estreno de ‘The Blacklist’. Le satisfizo el episodio piloto y también el episodio que vino a continuación donde no se aparcaban algunos interrogantes que habían quedado abiertos, pero no las tenía todas consigo sobre si Jon Bokenkamp, el creador, sabría desarrollar un modelo estable que mezclase los casos de la semana con las tramas horizontales. Puede que este balance sea uno de los retos más difíciles de la televisión, querer ofrecer algo más que una investigación pero sin liar tanto la cosa que el espectador que no vea un episodio se pierda para siempre. Y, ahora que han pasado unos cuantos episodios más, queda claro que este es el objetivo de Bokenkamp y el episodio de esta semana, ‘Frederick Barnes’, es una clara demostración.
En el capítulo en cuestión, un terrorista experto en armas químicas interpretado por Robert Sean Leonard aterrorizaba el país extendiendo una enfermedad incurable por lugares altamente transitados. Su obsesión era captar la atención de las farmacéuticas esparciendo una rara enfermedad a personas de todas las edades y sexos para causar el mayor impacto. Fue un caso correcto, en parte porque el criminal tenía razones personales para actuar como lo hacía, pero lo más interesante era ver como afectaba a Elizabeth Keen y qué más sucedía a su alrededor.
Por este prejuicio, mi compañero Mikel Zorrilla se tomó con cautela el estreno de ‘The Blacklist’. Le satisfizo el episodio piloto y también el episodio que vino a continuación donde no se aparcaban algunos interrogantes que habían quedado abiertos, pero no las tenía todas consigo sobre si Jon Bokenkamp, el creador, sabría desarrollar un modelo estable que mezclase los casos de la semana con las tramas horizontales. Puede que este balance sea uno de los retos más difíciles de la televisión, querer ofrecer algo más que una investigación pero sin liar tanto la cosa que el espectador que no vea un episodio se pierda para siempre. Y, ahora que han pasado unos cuantos episodios más, queda claro que este es el objetivo de Bokenkamp y el episodio de esta semana, ‘Frederick Barnes’, es una clara demostración.
En el capítulo en cuestión, un terrorista experto en armas químicas interpretado por Robert Sean Leonard aterrorizaba el país extendiendo una enfermedad incurable por lugares altamente transitados. Su obsesión era captar la atención de las farmacéuticas esparciendo una rara enfermedad a personas de todas las edades y sexos para causar el mayor impacto. Fue un caso correcto, en parte porque el criminal tenía razones personales para actuar como lo hacía, pero lo más interesante era ver como afectaba a Elizabeth Keen y qué más sucedía a su alrededor.
Una protagonista que crece cada semana
Después de un episodio casi totalmente centrado en la posible doble identidad del marido de Elizabeth, fue interesante verla haciendo borrón y cuenta nueva. Prefirió creérselo a él y atribuir la encerrona a Raymond Reddington, algo comprensible si tenemos en cuenta que Red es uno de los mayores criminales del planeta. Pero resultó inquietante verla en esos planos con Tom por lo inocentes que fueron y sabiendo que, si el río sonó, fue porque llevará agua cuando menos lo esperemos. Escenas inocentes que en el fondo plantaban las semillas de un conflicto futuro. Y, sobre este tema, también tuvo que enfrentarse a Red y a los cimientos de su colaboración.
Via: Vaya Tele
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